Tras la muerte de Teodosio en 395 d.C. el Imperio Romano fue dividido entre sus dos hijos. Esto no fue una novedad históricamente hablando, el Imperio ya se había dividido anteriormente para tratar de hacerlo más manejable. La importancia de este reparto fue que el Imperio ya no se volvería a reunificar jamás. Su hijo Arcadio, que heredó la parte oriental, y sobre todo su nieto Teodosio II supieron asentar las bases que aseguraron la supervivencia del Imperio Romano Oriental durante más de un milenio. En Occidente su hijo Honorio no tuvo tanta fortuna y llevó sus dominios a una situación tan delicada que el Imperio Occidental acabó desapareciendo en 476. Cuando Honorio heredó la púrpura imperial de su padre apenas tenía once años. Su padre Teodosio le encomendó a uno de sus generales de mayor confianza, Estilicón. Éste era un hábil militar de origen vándalo que había logrado ascender hasta los más elevados puestos del ejército. Era un hombre leal que pronto se ganó la enemistad del resto de la corte de Honorio debido a su enorme ascendencia sobre el joven emperador, quien obedecía en todo a su mentor. De hecho, se casó con una de las hijas de Estilicón y cuando ésta murió fue sustituida por una de sus hermanas.
El Imperio que heredó Honorio estaba en una situación complicada. El Cristianismo ya había sido proclamado religión oficial pero aún persistía en el Senado una importante facción pagana que había intentado aupar al trono al usurpador Eugenio en 392. A la inestabilidad interna, agravada por la crisis urbana, económica y demográfica, se unía la amenaza exterior. Los bárbaros, atraídos por el declive imperial, cada vez eran más belicosos y agresivos. En los inicios del reinado de Honorio aún resonaban los ecos de la Batalla de Adrianópolis en la que perdió la vida el emperador Valente.
En 406 importantes contingentes vándalos, suevos y alanos lograron romper la frontera del Rin y sembraron el caos en la Galia e Hispania. Britania, por su parte, había sido abandonada cuando el gobernador militar Constantino se autoproclamó emperador, se llevó las tropas a la Galia e instauró un gobierno en Arlés. Los romanos nunca volverían a la isla. Por si fuera poco, el Imperio Oriental había logrado repeler a los visigodos de Alarico, quien decidió poner rumbo a poniente. El rey godo exigía un puesto como magister militum en una de las provincias del Imperio. Tras una serie de escaramuzas en las que fue derrotado por Estilicón, quien además logró capturar a la esposa e hijos del godo, se llegó a un acuerdo y concedieron el cargo al rey aunque sin asignarle ninguna provincia. Transcurrieron dos años en paz hasta que el conflicto de Honorio contra Constantino III se agudizó y Alarico decidió sacar tajada. Amenazó con invadir de nuevo Italia a no ser que le pagasen cuatro mil libras de oro. Estilicón decidió que valía la pena pagar al bárbaro y reforzar el maltrecho ejército romano con las huestes godas para luchar contra Constantino. Despojó a los senadores de sus tesoros, poniéndose en su contra a todos los nobles de la Ciudad Eterna, y pagó el tributo a Alarico.
Estilicón ya tenía en contra a los senadores y al resto de consejeros de Honorio. Sólo faltaba una oportunidad para poner en marcha una conjura. La muerte de Arcadio en 408 les dio el pretexto que buscaban. Estilicón y Honorio anunciaron que viajarían a Constantinopla para supervisar que la corona pasase a Teodosio, el joven hijo del desaparecido emperador. Los enemigos de Estilicón lograron convencer a Honorio de que éste quería arrebatar los derechos al pequeño Teodosio y proclamar a uno de sus hijos emperador de Oriente. Honorio ya temía que Estilicón diese un golpe de mando y se proclamase amo de Occidente por lo que ordenó el arresto de Estilicón. Cuando el general entró en Rávena fue detenido y ejecutado. Roma había perdido a uno de sus hombres fuertes. Su puesto como principal consejero pasó a manos de un funcionario llamado Olimpio. Se inició una purga de todos los seguidores de Estilicón y su hijo fue asesinado.
La noticia de la muerte de Estilicón fue como un jarro de agua fría para Alarico. El rey pensaba que el único romano en quien podía confiar era en el general vándalo. Por ello consideró invalidado el acuerdo al que había llegado con el Imperio y se lanzó a la invasión de Italia. Concretamente se dirigió contra la eterna Roma. Honorio se negó a negociar con Alarico y abandonó la ciudad a su suerte. Los romanos sabían que no podrían resistir y enviaron una delegación senatorial a negociar con Alarico. Éste expuso sus condiciones: quería la liberación de todos los esclavos de origen bárbaro y todo el oro y la plata de la ciudad. Los senadores, escandalizados, le preguntaron qué les permitiría quedarse. El rey, lacónico, les contestó “Con vuestra vida”. Finalmente los senadores desvistieron a los antiguos templos paganos de todos sus metales preciosos y se los entregaron a Alarico: un total de cinco mil libras de oro y tres mil de plata, además de la liberación de todos los esclavos bárbaros. Tras ello Alarico abandonó el sitio y trató de volver a negociar con Honorio. Exigía su vieja aspiración: una provincia sobre la que gobernar como magister militum con tierras para alimentar a su pueblo. Honorio volvió a negarse a dialogar con él.
Alarico puso de nuevo rumbo a Roma. Esta vez no exigía rescate sino que reunió al Senado y le ordenó que escogiese de entre sus miembros a un nuevo emperador. Los senadores eligieron a Prisco Atalo quien fue aclamado emperador por Alarico. La jugada era astuta. Si Atalo se hacía con el poder le concedería sus peticiones y si no lo lograba al menos Alarico podría meter presión a Honorio para negociar con él. La clave para que el nuevo emperador lograse hacerse de forma efectiva con las riendas del Imperio residía en que las demás provincias le aceptasen como mandatario supremo. No lo hicieron. La negativa de África a reconocerle emperador fue el golpe definitivo. Sin el trigo de África Atalo no tenía ninguna opción de vencer en una hipotética guerra civil. Alarico tuvo que volver a cambiar de bando en este juego de tronos y depuso a Atalo para ganarse el favor de Honorio.
Tras una breve tregua las hostilidades se reanudaron cuando los romanos tendieron una emboscada a los visigodos. Concretamente se habla de que fue iniciativa de un oficial godo llamado Saro, un antiguo pretendiente a la corona que en ese momento ostentaba Alarico. Tras perder la corona se había unido al ejército romano llevándose consigo un odio visceral hacia el monarca, algo que fue fundamental a la hora de ignorar sus órdenes y atacar a sus antiguos camaradas. Los visigodos lograron repeler el ataque pero Alarico se puso furioso: pensaba que era la enésima traición de Honorio. Envalentonados, decidieron dirigirse a Roma para, esta vez sí, saquear la ciudad. El Saqueo de Roma de 410 pasó a la historia por el gran impacto moral que supuso. Roma llevaba siendo inviolable desde los tiempos del galo Breno, quien saqueó la ciudad a comienzos del siglo IV a.C. Parece ser que las puertas de la muralla fueron abiertas por unos esclavos que Alarico había regalado al Senado. Los visigodos robaron y saquearon todas las riquezas que pudieron aunque su rey les obligó a respetar las Iglesias como lugar de culto. Se cuenta que cuando Honorio recibió las noticias del saqueo de Roma lloró desconsoladamente al comprender que pasaría a la historia como el emperador que permitió que se cometiese ese sacrilegio contra la Ciudad Eterna. Otra de las historias que circularon por la época inciden en la debilidad y el carácter de Honorio. Según esta versión, cuando le comunicaron al Emperador la caida de Roma éste entendió que hablaban de la muerte de su gallo favorito llamado Roma. Desconcertado exclamó: “Y, sin embargo, hace un momento que comía de mi mano”.
Poco después del saqueo Alarico moría víctima de unas fiebres cuando proyectaba cruzar con su pueblo a África para instalarse allí. Su heredero fue Ataúlfo, quien se casó con la hermana de Honorio: Gala Placidia. Los visigodos secuestraron a la princesa durante el Saqueo de Roma y entre ellos surgió el amor. El antiguo emperador Atalo cantó la canción de bodas durante la ceremonia, motivo por el que Ataúlfo le volvió a nombrar emperador de Occidente. El rey visigodo y la princesa romana tuvieron un hijo que recibió el significativo nombre de Teodosio, quien sabe si con vistas a que fuese el primer emperador romano de origen bárbaro. En cualquier caso su hijo no superó la niñez y sus planes fueron truncados por el destino. Mientras, las cosas habían mejorado para Honorio. Constantino III había sido vencido y asesinado gracias a uno de sus generales, Constancio, quien ascendió hasta monopolizar la influencia sobre el Emperador.
El sucesor de Ataúlfo, Walia, quiso arreglarse con los romanos. Devolvió a Gala Placidia a su hermano Honorio y firmó un foedus por el que se comprometía a expulsar de la Península Ibérica a los vándalos, suevos y alanos. A cambio le entregaban la eterna aspiración de Alarico: tierras. Honorio le cedió la Septimania, en el sur de Francia, germen de la futura expansión goda por la antigua Hispania. En el séquito de la princesa iba Atalo. Debido a que no representaba ningún peligro se le permitió vivir aunque le cortaron dos dedos en alusión a las dos veces que había usurpado la púrpura imperial y fue desterrado a la isla de Lipari, al norte de Sicilia. Honorio entregó la mano de Gala Placidia a Constancio, quien además fue honrado con el cargo de coemperador convirtiéndose en heredero presunto ya que Honorio aún no tenía hijos. Constancio, por su parte, concebió con Gala Placidia al pequeño Valentiniano.
Constancio murió en 422 y Honorio falleció un año más tarde, a los 39 y tras 27 de desastroso reinado. A su muerte el trono, tras una breve pugna, acabó pasando a su sobrino Valentiniano III pero debido a su corta edad su madre tuvo que hacerse cargo de la regencia. El resumen del reinado de Honorio es catastrófico: constantes usurpaciones de sus oficiales y senadores y pérdidas de numerosos territorios entre los que sobresalen Britania e Hispania. Al perder las provincias, ya fuese por ser abandonadas o por la firma de foedus con los bárbaros, Roma perdía fuentes de ingresos y de hombres para defenderse. Todo esto redundó en el constante empobrecimiento de Roma y en su dependencia exterior al necesitar en todo momento la ayuda militar de Constantinopla. Pero, sobre todo, el mayor deshonor que aconteció durante el reinado de Honorio fue el Saqueo de Roma que asestó un tremendísimo golpe moral al corazón romano. Había quedado patente que el Imperio no era ni inmortal ni invencible. Las primeras páginas para la caída de Roma ya habían sido escritas.