domingo, 29 de marzo de 2015

¿Conocían los romanos los vasos comunicantes?

¿Conocían los romanos los vasos comunicantes?

, al contrario de lo que dice la creencia popular, los romanos conocían el principio de los vasos comunicantes.

Durante muchos años yo también creía que los romanos construían acueductos para salvar irregularidades del terreno por no conocer el principio de los vasos comunicantes. ¿Qué otra razón tendrían para gastar tales cantidades de dinero en moles de piedra, que además eran objetivos militares perfectos (y de difícil defensa dada su exposición)?.

La idea era que para llevar el agua y que esta no se quedase estancada en los valles, los acueductos eran idóneos... siempre que uno desconozca el principio de los vasos comunicantes. Por eso muchos libros han repetido interminablemente la coletilla de "pues los romanos no conocían el principio de los vasos comunicantes". Recordemos que el principio de los vasos comunicantes estipula que el líquido en un conducto abierto en varios orificios siempre está a la misma altura.

Esta creencia arraigó en mí tras la lectura del magnífico y clásico libro de Yakov Perelman "Física Recreativa". Sorprendentemente para mí, he encontrado el texto en internet:

Lo que no sabían los antiguos
Los habitantes de la Roma contemporánea siguen utilizando hasta ahora los restos de un acueducto construido por los antiguos romanos. ¡Qué sólidas eran las obras de conducción de aguas que hacían los esclavos romanos!

Desgraciadamente no se puede decir lo mismo de los conocimientos de los ingenieros que dirigieron estos trabajos. Está claro que estos debían tener escasos conocimientos de los fundamentos de la Física.


Fijémonos si no en la figura, la cual reproduce uno de los cuadros del Museo Alemán de Munich. Como puede verse, la conducción de agua romana no se tendía bajo tierra, sino que pasaba por altos acueductos de piedra. ¿Para qué se hacían estos acueductos? ¿No hubiera sido más fácil tender unos tubos bajo tierra, como se hace ahora?
Claro que hubiera sido más fácil, pero los ingenieros de entonces tenían unos conocimientos muy rudimentarios de las leyes de los vasos comunicantes. Dudaban de que el nivel del agua en dos depósitos, unidos entre sí por largas tuberías, pudiera ser igual. Si los tubos se tienden en tierra, siguiendo el declive del terreno, en ciertos sectores el agua tiene que correr hacia arriba. Los romanos temían precisamente esto, es decir, pensaban que el agua no podía correr hacia arriba. Por esta razón es por la que, generalmente, daban a sus tuberías de conducción de agua un declive uniforme en todos los puntos del trazado (para lo cual se necesitaba frecuentemente hacer que el agua diese un rodeo, o levantar altos acueductos).
Una de las tuberías romanas, la Aqua Martia, tiene una longitud de 100 km, a pesar de que la distancia entre sus dos extremos, en línea recta, es dos veces menor.
¡Medio centenar de kilómetros de obras de piedra, construidos por no conocer una ley elemental de la Física!
Dicho libro fue publicado por Perelman en 1913, y ha entretenido a varias generaciones de niños y adultos. Sin embargo, esto que scuenta no es correcto.

Los romanos conocían el principio de los vasos comunicantes, y no construían acueductos por falta de conocimiento, sino de materiales: El plomo y la terracota, materiales con los que podían construir los conductos acuosos, no soportan la presión que ejercería el agua al pasar por los puntos más bajos de un conducto. Hay evidencias de que experimentaron el uso de tal principio, pero ante la falta de resultados, construían acueductos para transportar tales cantidades de agua en línea recta. De hecho, en algunas ciudades romanas se han encontrado restos de cañerías urbanas para transportar el agua, empleando el manido principio.

Esta historia nos debe hacer recordar que en ocasiones asumimos la ignorancia de nuestros antiguos, olvidando que sin ellos no estaríamos disfrutando de lo que nos rodea.

lunes, 2 de marzo de 2015

JULIO CÉSAR Y LA CONQUISTA DE LA GALIA

<<César soñaba con un poder absoluto para llevar a cabo una reforma que asombrase al mundo. Para ello había empezado su carrera política en el foro, con la pasión juvenil de conseguir reformas a lo Pericles, sin empuñar la espada. Y sostuvo su ilusión veinte años, hasta que tuvo claro que en Roma jamás sería alguien sin el poder de las legiones. Por eso, cuando el Senado le nombró procónsul de las Galias Cisalpina y Narbonense, su propósito no fue enriquecerse torpemente como tantos gobernadores anteriores. Todo su afán apuntaba a la conquista de la Galia independiente. Sólo entonces, con la gestión de sus riquezas y la devoción de sus soldados, podría regresar a Roma con peso suficiente para presidir los funerales de la República y alumbrar el Imperio.
La guerra de la Galias se saldó con unas cifras increíbles para la época. Una población de diez millones de galos hubo de soportar un millón de muertos, un millón de esclavos y ocho años salpicados de atrocidades. En la guerra civil César se superó a sí mismo. Se ha dicho que fue la auténtica primera guerra mundial, pues enfrentó a medio millón de soldados durante cinco años, por mar y tierra, en tres continentes y cien batallas.>>
AYLLÓN, José Ramón, "Introducción" en SUN TZU, El arte de la guerra, Madrid, Ediciones Martínez Roca,  1999, pp. 27 y 28.