La forma romana de castigar a los malos políticos: la Damnatio Memoriae
Condena de la memoria |
Tras la muerte de Franco, las ganas de limpiar el agrio recuerdo de 40 años de dictadura hizo que los ayuntamientos se apresuraran a borrar todos los vestigios
que de esa ignominiosa etapa de la historia quedaban por las calles.
Estatuas de Franco, monumentos alegóricos al régimen, nombres de calles
dedicadas a héroes franquistas... con mayor o menor rapidez y
determinación según la simpatía o la antipatía popular con el personaje,
acabaron por desaparecer del día a día de las ciudades. No
obstante, esta situación no fue ni mucho menos nueva, ya que cuando el
franquismo accedió al poder tras la Guerra Civil, hizo exactamente lo mismo con los símbolos de la Segunda República y ésta, a su vez, hizo lo propio con los símbolos monárquicos de Alfonso XIII, en una cadena de quitar y poner que se remonta hasta... ¡los romanos!.
Y es que, aunque nos parezca lo contrario, en 2.000 años no hemos
avanzado tanto, ya que los romanos institucionalizaron el borrado sistemático de
toda la iconografía y memoria de los personajes especialmente
deleznables de la sociedad. Es lo que se ha dado a llamar condena de la
memoria o “Damnatio Memoriae”.
¿Dónde estaba Domiciano? |
Cuando en el 211 d.C. el emperador Septimio Severo murió, dejó que sus dos hijos Geta y
Caracalla llevaran el cetro imperial romano al alimón. Sin embargo, eso
de tener que repartirse un imperio con alguien, por mucho que sea tu
“tete”, es algo que no llevaban demasiado bien ni el uno ni el otro. En
esta situación, previendo que Geta le levantara la camisa -y Roma-, Caracalla, aprovechando una reunión familiar con su madre, decidió quitárselo de en medio con una sobredosis de hierro suministrada por centuriones romanos.
De esta forma, Caracalla pasaba a ser el único emperador de Roma tan
ricamente. No obstante, el “amor” para con su hermano era tan fuerte
(ejem) que, no solo se lo cargó físicamente, sino que promulgó un edicto
oficial de “damnatio memoriae” según el cual se haría desaparecer el nombre y la efigie de Geta allí donde existiese la más mínima mención a su persona. ¡Y vaya si lo hizo!
Caracalla, sus padres...¿y? |
Así las cosas, Geta empezó a desaparecer de todos los sitios de
donde había estado hasta entonces. Monumentos, estatuas, documentos,
pinturas, medallas... dejaron de mostrar la efigie del “hermanísimo”
tras ser raspadas sus caras o borrados sus nombres (abolitio nominis).
Incluso se llegaron a retirar monedas de la circulación porque llevaban
el nombre o el perfil del difunto hermano de Caracalla, en un paroxismo
de borrado de memoria que ha hecho que muy pocas imágenes
inequívocamente de Geta hayan llegado hasta la actualidad. Por suerte,
por mucho que se apliquen en una faena, resulta imposible ser tan
sistemático como para hacer desaparecer todo rastro posible, por que si
no, es posible que a estas alturas no supiéramos ni de la existencia de
este personaje.
Eliminando a Saddam Hussein |
Este es un ejemplo de la aplicación de la Damnatio Memoriae, que
si bien es extremo y bastante cargado de mala leche, sirve para
ejemplificar lo que significaba en el seno de la sociedad romana. Ahora
bien, aunque este castigo oficial -de origen helenístico- ya se producía
desde los primeros tiempos del Imperio, la finalidad no era tanto la de
eliminar todo atisbo de memoria de los adversarios políticos vencidos,
como la de eliminar la memoria de todo aquel que, por una causa u otra,
resultaban de especial mal recuerdo para la sociedad del momento.
Traidores, corruptos y otros “chupópteros” enganchados cual garrapatas a la Res Pública,
al morir (acostumbraba a aplicarse, sobre todo a los emperadores y
altos cargos que habían salido “rana”) y tras la condena explícita del Senado romano, desaparecían del imaginario público para siempre -se llegaban a retrabajar estatuas para darles una nueva cara.
Retirada de la estatua de Jordi Pujol |
De esta forma, con esta condena ejemplar se castigaba un proceder ilícito de
un gobernante que atentaba directamente contra los principios de la
sociedad romana del momento. Aunque, claro, si bien la idea primigenia
era muy loable, no dejaba de ser una herramienta para los nuevos
gobernantes, los cuales corrompían la ley y la utilizaban para eliminar
la memoria de cualquier opositor o adversario, como le pasó a Geta con su hermano Caracalla.
El martillo borrador en acción |
Emperadores como Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo, Heliogábalo... de
esta manera sufrieron los efectos de la damnatio memoriae, en una
práctica que, sin muchas diferencias se ha mantenido constante durante
la historia posterior (ver El macabro juicio a un papa muerto... y presente) y hasta el mismo día de hoy. Día de hoy en que las leyes de Memoria Histórica siguen poniendo en el punto de mira del martillo borrador la iconografía pública de los personajes más detestables de la historia reciente de la Humanidad.
Damnatio Memoriae, la forma de castigar a los malos gobernantes |