miércoles, 14 de octubre de 2015

LOS ROMANOS, ¿UN PUEBLO SUPERSTICIOSO?

Foto: Obra Social Fundación “laCaixa” – Pepo Segura
Viejos rencores, supuestos agravios, envidias, celos, deseos de venganza… Los antiguos romanos no se quedaban cortos en lo que respecta a las bajas pasiones y tampoco parecían muy preocupados por ocultarlas.
Bien al contrario, tenían la costumbre de gritarlas a los cuatro vientos en forma de mensajes, maldiciones y amenazas que plasmaban en tablillas de cera, paredes o papiros. Las conocidas como “tablillas de maldición” son un buen ejemplo de ello y en una encontrada en Bath (Reino Unido), su autor invoca a la diosa Sullis Minerva para que cause “impotencia, locura o ceguera” a los rivales.
La rabia y el rencor eran los motores principales de estos exabruptos, junto con otro poderoso sentimiento humano: el amor. Los conjuros amorosos para conseguir a la persona amada o alejarla de otros pretendientes son también un tema recurrente en esta ‘literatura de la vida cotidiana’ que los pueblos clásicos eran tan aficionados a escribir.
Foto: carmen.gb (CC BY-NC-SA 2.0)
La popularidad de estas formas de ‘comunicación’ se debe, en gran parte, a que el pueblo romano era muy supersticioso. Creativos, pragmáticos, estrategas y, aunque parezca contradictorio, temerosos de los dioses y de la magia. Al igual que los griegos, de los que heredaron esta mentalidad, los antiguos romanos buscaban algún tipo de protección o ayuda para prevenir o causar el mal. Costumbres y ritos más o menos complejos que les aportaban seguridad frente a los innumerables peligros que aguardan en la existencia. Todas las culturas de la Antigüedad han dejado manifestaciones de esta preocupación eterna.
La palabra superstición, en la antigua Roma, significaba “superstatio”, es decir una ubicación superior de los dioses, que están por encima de los hombre y que comunican su voluntad. En el blog ‘Historia Clásica’ leemos: “Cualquier fenómeno atmosférico, o cualquier evento inusual relativo a animales, ya sea en su interior como en su exterior, podía llevar a vaticinios, que los romanos tenían muy en cuenta. No sólo eso, si no que un augurio favorable o desfavorable podía diferir o propiciar decisiones tan trascendentes como el inicio de una batalla”.
amuletos
Foto: Trujinauer (CC BY-NC-ND 2.0)
Permanentemente preocupados por el futuro, “antes de tomar una decisión, consultaban al augur, que les decía si ésta era correcta o no. Los augures eran los que veían lo que iba a suceder y tenían cierta conexión con los dioses, por ejemplo, por la forma de volar de un ave. Además, éstos, interpretaban los sueños, así como las respuestas de los oráculos, y la ira de los dioses, aconsejando cómo protegerse de ellos” (‘La antigua roma: creencias religiosas y supersticiones’).
En el ámbito doméstico, la casa y sus habitantes recurrían a la protección de los lares loci, cuya función primordial era velar por el territorio en que se encontraba la casa familiar. Antes de que la propiedad privada fuese regulada por el derecho, eran los dioses lares los encargados de evitar que los extraños se adentrasen en tierras ajenas mediante, según la creencia popular, la amenaza de enfermedades que podían llegar a ser mortales.
Las familias romanas sentían una gran veneración por los lares, que representaban en forma de pequeñas estatuas. Éstas se colocaban tanto dentro como fuera de la casa en pequeños altares llamados lararia siempre rebosantes de ofrendas.
lares
Foto: Álvaro Pérez Vilariño (CC BY-NC 2.0)
Respecto a la muerte, en el imaginario romano, los fallecidos seguían formando parte de la sociedad, para bien o para mal, y se les seguía venerando o temiendo. “El alma pasaba a formar parte de los dioses manes, que eran los espíritus familiares, los Dei parentes et manes. De esta manera el difunto pasaba a formar parte de las divinidades en el plano familiar, recibiendo culto. Para ello tenían que pasar distintos ritos funerarios (el más conocido, la pequeña moneda de plata que debía abonar a Caronte); de lo contrario, se convertía en un alma errante sin descanso” (Tempora, Magazine de historia).
Muerte, conjuros, hechizos, maldiciones… Siempre hemos creído que las sociedades clásicas eran muy sofisticadas, y que sus gentes sobreponían la razón a la superstición. Creadoras de un arte mayúsculo, grandes obras públicas, ciudades modernas y prósperas e invencibles ejércitos, vemos que la magia y la superstición también formaban parte de su vida. Los hombres y mujeres de hace 2.000 años, como los de ahora, no podían explicarlo todo únicamente con la razón.