domingo, 7 de septiembre de 2014

EMPERADOR CATILINA

"Pero yo, habiendo leído y oído mucho de los heroicos hechos del pueblo romano, así en paz como en las guerras que hizo por mar y tierra, tuve acaso la curiosidad de inquirir qué fue lo que principalmente pudo haber sostenido en Roma el peso de tan grandes negocios. Porque veía que el pueblo romano había combatido contra grandes legiones de enemigos, por lo regular con un puñado de gente; que había hecho guerra a reyes poderosos con ejércitos pequeños; que había, asimismo, experimentado varios reveses de fortuna, y que era inferior a los griegos en elocuencia y a los galos en crédito de guerreros. Y después de mucha reflexión y examen, venía a concluir que todo se debía al gran valor de pocos ciudadanos, y que por ellos venció la pobreza a las riquezas y el corto número a grandes muchedumbres. Pero después que la ciudad se estragó con el lujo y la desidia, sobrellevaba aún la república con su grandeza los vicios de sus generales y magistrados, sin haber dado a luz en muchos años, como madre ya infecunda, varón alguno de señalada virtud. No obstante esto, hubo en mi tiempo dos que ciertamente lo fueron, aunque de costumbres diferentes. Marco Catón y Cayo César; y pues nos los presenta la ocasión, no quiero dejarla pasar sin decir lo mejor que sepa el genio y calidades de uno y otro.
      Fueron, pues, éstos casi iguales en nacimiento, edad y elocuencia; iguales en grandeza de ánimo y en gloria, pero cada uno por su rumbo. César era reputado grande por su liberalidad y beneficios; Catón por la integridad de su vida. A aquél hizo ilustre su piedad y mansedumbre; a éste, respetable su severidad. César se granjeó fama dando, socorriendo y perdonando; Catón, sin dar a nadie nada. Uno era el asilo de los miserables; otro, la ruina de los malos. De aquél se alababa la afabilidad; de éste, la constancia. En suma, César tenía por máxima trabajar, desvelarse, atender a los negocios de sus amigos, descuidando de los suyos; no negar cosa que fuese razonable; para sí apetecía dilatado mando, ejército y guerra nueva en que campease su valor. Catón ponía su mira en la moderación, en el decoro y especialmente en la entereza de ánimo. Y así no aspiraba a ser más rico, ni a tener más séquito que otros, sino a exceder al esforzado en valor, al modesto en honestidad, al virtuoso en integridad de costumbres; quería, en fin, más ser bueno que parecerlo, con lo que cuanto menos pretendía gloria, tanto se la conciliaba mayor."
(Cayo Salustio Crispo, La conjuración de Catilina)