viernes, 30 de octubre de 2015

Aguas mayores y menores de los romanos

Cuando se trata de hablar de la higiene más íntima de los antiguos romanos, partimos, siempre, de que las condiciones de aseo personal fueron las justas, lo que se reflejaba en la atmósfera pestilente que se desprendía de las aglomeraciones.  

Sólo las domus de los ricos disponían de agua corriente y de algo parecido a un baño (lavatrina) que también incluía retrete. El resto de los mortales usaba las fuentes y letrinas públicas conectadas con la red subterránea de alcantarillas. 

En realidad estas letrinas usadas por la mayoría tenían unas características higiénicas muy avanzadas para su época, ya que disponían de una corriente interna de agua que mantenía el lugar perfectamente drenado de residuos y de malos olores. 

    • Los inodoros a la romana disponían bajo el asiento de un recipiente que era vaciado por un esclavo tras su uso. 
    • A falta de papel higiénico se utilizaban esponjas que sujetas a unos palitos servían para limpiar las partes íntimas.
    • Los más cívicos vertían las heces de sus orinales en las tinajas; los más incivilizados las arrojaban directamente a la calle.
    • Los romanos que iban a las letrinas públicas con esclavos les hacían sentarse primero a ellos en la bancada para que la piedra se calentara.
    • Se calcula que Roma llegó a contar con 144 letrinas en el siglo IV.

El retrete en la antigua ROMA


El antiguo inodoro que usaban los romanos era similar a una plancha o placa agujereada apoyada sobre dos soportes de mampostería; en otras ocasiones era un simple agujero en el suelo. Otra opción pasaba por la utilización de cacharros con formas de bote y de palangana a modo de orinal.

Las clases más pudientes contaban con verdaderas letrinas, que no eran otra cosa que fosas cubiertas con una placa horadada por agujeros circulares para uso de todos los habitantes de la casa, incluidos los esclavos.


Mientras, las clases más humildes que vivían aglomeradas en las insulae disponían de tinajas a modo de orinales, alojadas en el hueco de la escalera de la planta baja, o una fosa, que se empleaba para hacer las necesidades de sus vecinos.
Los más cívicos vertían las heces de sus orinales en las tinajas  ; los más incivilizados las arrojaban directamente a la calle.
Para evitar el hedor pestilente que emanaban, las fosas se limpiaban de manera periódica.
Las letrinas o retretes se conectaban con un canal que conducía los desechos a la red de alcantarillado en las ciudades que disponían de ella.
La alternativa era depositar los desperdicios cerca de las fuente públicas, donde el agua corría y se encargaba de arrastrar los detritus.

Las letrinas ocupaban un espacio cercano a la cocina en el interior de las casas, muy cerca del fregadero y del fuego donde se guisaba; de esta forma, el agua que sobraba de fregar y baldear la cocina desaguaba la letrina y conducía la suciedad directamente a la calle.

Letrinas Públicas

Las hendiduras del suelo permitian la limpieza mediante una esponja acoplada a un palo que se mantenía limpia en un pequeño canal de agua corriente que discurría a los pies de los asistentes.

Los escusados de tipo público eran conocidos como los foricae y se construían sobre una sala cuadrada  o rectangular espaciosa, provista de un banco corrido adosado a la pared en todo el contorno.  Este banco, de losas de piedra fina, tenía orificios ovoides con una abertura más estrecha en forma de gota delante;  situados a distancias fijas donde se acomodaba el público que disponía de espacio suficiente para dejar objetos a su alrededor.
En el suelo solían correr unos pequeños canales con la inclinación suficiente para que el agua estuviera permanentemente en movimiento; junto a estos canales había unos cubos con unas escobillas con el mango de madera y con una bola de esponja que se usaban a modo de nuestro papel higiénico actual, limpiándolas en el canalillo de agua. 
Una corriente interna de agua mantenía el lugar perfectamente drenado de residuos y de malos olores con características para la higiene muy avanzadas en aquella época.


Su interior estaba hueco y por él discurría de forma continua una corriente acuosa que transportaba los residuos hasta las cloacas.
Estas letrinas públicas que vemos en las imágenes son las mejor conservadas de la epoca romana. Muchos de los retretes siguen intactos, junto con el canal por el que fluía el agua con la que se lavaban.
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En la mayoría de las letrina los romanos solían disponer de esas esponjas marinas insertadas en mangos de madera que se utilizaban para lavarse las partes después de colmar las necesidades fecales, a falta de papel higiénico.
Asimismo, en el centro de la sala, una fuente permitía el lavado de manos.
Solía abonarse una pequeña cantidad de dinero por su uso con el fin de mantenimiento y limpieza de las instalaciones, así como también para pagar el sueldo de los foricarium conductores. De tal guisa se convertía en un espacio de encuentro social, donde los romanos se citaban y departían un rato.
Algunas curiosidades:
  • Los romanos que acudían a las letrinas públicas con esclavos les hacían sentarse primero en la bancada para que la piedra se calentara y estuviera confortable cuando llegara el turno del amo.

  • Durante las campañas bélicas, los legionarios, al no disponer de letrinas exclusivas en los campamentos donde se instalaban, excavaban zanjas para defecar, lo que se convertía en un foco de infecciones, o bien buscaban un arroyo o riachuelo próximo para, después de surcar un pequeño canal y desviar parte de la corriente hacia su emplazamiento, poderse asear.
Pese a que no se conservan demasiados restos arqueológicos relacionados, se calcula que Roma llegó a contar con 144 letrinas en el siglo IV de nuestra era.

Así pues, Roma fue mucho más higiénica en este aspecto  que muchas grandes ciudades europeas posteriores, incluso hasta entrado el s.XIX

La Cloaca Máxima fue la red más antigua de alcantarillado en el mundo.

De cómo los romanos se limpiaban el trasero después de ir al baño.

W.C. romano
(ADVERTENCIA: Si eres de estómago débil, te recomiendo leas algún otro de mis artículos en el blog. En todo caso, esta entrada no debería leerse justo antes o después de comer. No me responsabilizo de cualquier desaguisado. :P)
Cuando decidí abrir esta bitácora, mi intención principal fue la de acercar al público en general al estudio de la historia y la ciencia en todas sus acepciones, los grandes eventos, pueblos y personajes que han marcado la vida de los humanos sobre nuestro planeta, pero principalmente quería escribir sobre aspectos poco conocidos e interesantes del pasado. El tema que nos ocupa hoy, busca dar a conocer un elemento recóndito aunque eminente en la vida diaria de los romanos, y no es más que sus costumbres a la hora de hacer sus necesidades.

Los habitantes de la antigua Roma fueron famosos, entre otras cosas, por su afición a los baños y la higiene. La capital de la república fue la primera en la que sus ciudadanos tuvieron agua corriente en sus casas y fuentes públicas a las que una serie de acueductos suministraban el precioso líquido. Para conocer y admirar las costumbres romanas, tenemos decenas de ejemplos entre las ruinas más famosas: los Baños de Caracalla, la ciudad de Bath (que en inglés significa precisamente “baño”) y la recientemente descubierta Ostia Antica, un Spa con docenas de balnearios en las playas más cercanas a Roma. Bien conocido es el ritual del baño romano que, además de su inherente función profiláctica y purificadora, servía de lugar de encuentro donde los ciudadanos aprovechaban para socializar y conspirar. Pero por muy interesante que sea el ceremonial de la limpieza, dejaremos esa cuestión para un artículo próximo para concentrarnos en los aseos públicos.
Para empezar hay que decir que las instalaciones de este tipo en Roma hacían honor a su apellido, porque públicos sí que eran, y no sólo porque la entrada estuviese abierta a cualquier ciudadano, sino porque una vez dentro, las necesidades fisiológicas de senadores, soldados, comerciantes o artesanos se hacían a la vista de todos los presentes, sin pudor, y sin muros o mamparas separadoras entre los W.C. primitivos graciosamente esculpidos en piedra o hechos de madera. Tal cual, como si en los baños de un aeropuerto se eliminaran todas las divisiones y los apresurados viajeros tuviesen que descargar el producto residual de su proceso digestivo bajo la mirada perniciosa de sus vecinos. Una imagen dice más que mil palabras:
Así se vería un aseo público en la antigüedad:
http://i1.wp.com/yoatomo.files.wordpress.com/2014/03/w-c-romano.jpg
Así es como se ven ahora:
Wc. romano
(Haz click para ver mejor)
Para nosotros, descendientes de aquellos hombres y mujeres que tan gustosos y alegres defecaban mientras comentaban el último debate en el senado, la moda presentada ayer por los diseñadores o el combate de gladiadores de la semana pasada, la vista de este espectáculo probablemente nos causaría nauseas, pero para ellos, no era más que la combinación de una necesidad fisiológica con otra social.
Más llamativo, si cabe, era el método que los visitantes a estos servicios utilizaban para limpiarse el trasero. A falta de papel, el instrumento en cuestión era una vara de madera con una esponja (muchas veces, literalmente, extraída del mar) atada a un extremo, o un paño o borra de algún animal. Si os fijáis en las ilustraciones, podéis ver los canalillos por donde corría  agua salada justo enfrente de los asientos para lavar las esponjas después de cada uso. Ignoro si las esponjas también eran públicas (en realidad lo eran) o cada ciudadano llevaba la suya propia, pero no pienso investigarlo más a fondo.
esponja-atada-palo-limpiar-trasero
Una segunda opción, en el caso de los aseos de los barrios más pobres, era simplemente usar la mano, que después se lavaba en una fuente especialmente instalada para ello, no creo que necesitéis más detalles. Lo mismo se hacía en el resto del mundo cuando no había otra cosa a la mano, excepción hecha de China, donde el papel se venía utilizando en la limpieza de las partes íntimas desde el siglo II a. C. Imagino que a estas alturas muchos de vosotros estaréis elevando una plegaria al inventor del papel de baño moderno, yo a veces lo hago.
Durante los años que he pasado estudiando a los romanos y sus costumbres, este ha sido el capítulo que más me ha llamado la atención. No me siento capaz de criticarlos por ello pues la verdad es que tampoco tenían muchas opciones, eran víctimas de las limitaciones de su tiempo. Lo importante es que muchos de sus baños han sobrevivido y nos han dado la oportunidad de conocer mejor la cultura de nuestros ancestros. Espero que, a pesar de lo desagradable que pueda ser el tema, vosotros lectores hayáis aprendido algo nuevo.
http://www.cienciahistorica.com/2014/03/25/de-como-los-romanos-se-limpiaban-el-trasero-despues-de-ir-al-bano/

Los peligros de utilizar las letrinas públicas en la antigua Roma

http://historiasdelahistoria.com/2013/08/20/los-peligros-de-utilizar-las-letrinas-publicas-en-la-antigua-roma

El agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas, los baños… El agua sobrante de estos usos prioritarios terminaba en la red de alcantarillado: la Cloaca Máxima. Iniciada su construcción en el siglo VI a.C. por el rey Tarquinio y ampliada en varias ocasiones en siglos posteriores, recogía las aguas fecales de las casas -lógicamente, esta red no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas- y de las letrinas públicas (latrinae publicae) para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando las aguas residuales volvían a su origen… por las crecidas del Tíber.
letrinae
En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas (en el siglo IV había 144 con más de 4.000 plazas) para satisfacer las necesidades fisiológicas de los ciudadanos. Estas letrinas consistían en un banco de frío mármol con varios agujeros en los que sentarse a evacuar y bajo ellos la corriente de agua que arrastra la materia fecal. A modo de papel higiénico, en las letrinas públicas los romanos utilizaban un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar (spongia). Y ahora que nos hacemos uno idea del habitáculo, veremos los peligros de utilizarlas…
  • Como no había separación entre los agujeros, tenías que compartir aquellos momentos de intimidad con desconocidos y no te digo nada si eran de los que daban conversación.
  • En teoría, después de usarse la spongia debía enjuagarse y limpiarse para el siguiente, y cada cierto tiempo cambiarse. Sentarse a aliviarse y comprobar que la spongia se debía haber cambiado hace tiempo…
  • Y la más peligrosa para la integridad física… Existía la graciosa costumbre de algunos gamberros de echar una pelota de lana ardiendo en las alcantarillas que si te pillaba con el culo en el agujero…
Y si los romanos utilizaron su arte y su talento en la canalización, distribución y uso del agua, también lo hicieron a la hora de reciclarla. En las letrinas que la alta sociedad tenían en sus casas, se reciclaba el agua usada en los termas privadas para los retretes, y en casas no tan pudientes, pero que también disponían de letrinas, estas se situaban cerca de las cocinas para reciclar el agua con la que lavaban los utensilios de cocina.

miércoles, 14 de octubre de 2015

LOS ROMANOS, ¿UN PUEBLO SUPERSTICIOSO?

Foto: Obra Social Fundación “laCaixa” – Pepo Segura
Viejos rencores, supuestos agravios, envidias, celos, deseos de venganza… Los antiguos romanos no se quedaban cortos en lo que respecta a las bajas pasiones y tampoco parecían muy preocupados por ocultarlas.
Bien al contrario, tenían la costumbre de gritarlas a los cuatro vientos en forma de mensajes, maldiciones y amenazas que plasmaban en tablillas de cera, paredes o papiros. Las conocidas como “tablillas de maldición” son un buen ejemplo de ello y en una encontrada en Bath (Reino Unido), su autor invoca a la diosa Sullis Minerva para que cause “impotencia, locura o ceguera” a los rivales.
La rabia y el rencor eran los motores principales de estos exabruptos, junto con otro poderoso sentimiento humano: el amor. Los conjuros amorosos para conseguir a la persona amada o alejarla de otros pretendientes son también un tema recurrente en esta ‘literatura de la vida cotidiana’ que los pueblos clásicos eran tan aficionados a escribir.
Foto: carmen.gb (CC BY-NC-SA 2.0)
La popularidad de estas formas de ‘comunicación’ se debe, en gran parte, a que el pueblo romano era muy supersticioso. Creativos, pragmáticos, estrategas y, aunque parezca contradictorio, temerosos de los dioses y de la magia. Al igual que los griegos, de los que heredaron esta mentalidad, los antiguos romanos buscaban algún tipo de protección o ayuda para prevenir o causar el mal. Costumbres y ritos más o menos complejos que les aportaban seguridad frente a los innumerables peligros que aguardan en la existencia. Todas las culturas de la Antigüedad han dejado manifestaciones de esta preocupación eterna.
La palabra superstición, en la antigua Roma, significaba “superstatio”, es decir una ubicación superior de los dioses, que están por encima de los hombre y que comunican su voluntad. En el blog ‘Historia Clásica’ leemos: “Cualquier fenómeno atmosférico, o cualquier evento inusual relativo a animales, ya sea en su interior como en su exterior, podía llevar a vaticinios, que los romanos tenían muy en cuenta. No sólo eso, si no que un augurio favorable o desfavorable podía diferir o propiciar decisiones tan trascendentes como el inicio de una batalla”.
amuletos
Foto: Trujinauer (CC BY-NC-ND 2.0)
Permanentemente preocupados por el futuro, “antes de tomar una decisión, consultaban al augur, que les decía si ésta era correcta o no. Los augures eran los que veían lo que iba a suceder y tenían cierta conexión con los dioses, por ejemplo, por la forma de volar de un ave. Además, éstos, interpretaban los sueños, así como las respuestas de los oráculos, y la ira de los dioses, aconsejando cómo protegerse de ellos” (‘La antigua roma: creencias religiosas y supersticiones’).
En el ámbito doméstico, la casa y sus habitantes recurrían a la protección de los lares loci, cuya función primordial era velar por el territorio en que se encontraba la casa familiar. Antes de que la propiedad privada fuese regulada por el derecho, eran los dioses lares los encargados de evitar que los extraños se adentrasen en tierras ajenas mediante, según la creencia popular, la amenaza de enfermedades que podían llegar a ser mortales.
Las familias romanas sentían una gran veneración por los lares, que representaban en forma de pequeñas estatuas. Éstas se colocaban tanto dentro como fuera de la casa en pequeños altares llamados lararia siempre rebosantes de ofrendas.
lares
Foto: Álvaro Pérez Vilariño (CC BY-NC 2.0)
Respecto a la muerte, en el imaginario romano, los fallecidos seguían formando parte de la sociedad, para bien o para mal, y se les seguía venerando o temiendo. “El alma pasaba a formar parte de los dioses manes, que eran los espíritus familiares, los Dei parentes et manes. De esta manera el difunto pasaba a formar parte de las divinidades en el plano familiar, recibiendo culto. Para ello tenían que pasar distintos ritos funerarios (el más conocido, la pequeña moneda de plata que debía abonar a Caronte); de lo contrario, se convertía en un alma errante sin descanso” (Tempora, Magazine de historia).
Muerte, conjuros, hechizos, maldiciones… Siempre hemos creído que las sociedades clásicas eran muy sofisticadas, y que sus gentes sobreponían la razón a la superstición. Creadoras de un arte mayúsculo, grandes obras públicas, ciudades modernas y prósperas e invencibles ejércitos, vemos que la magia y la superstición también formaban parte de su vida. Los hombres y mujeres de hace 2.000 años, como los de ahora, no podían explicarlo todo únicamente con la razón.

lunes, 12 de octubre de 2015

CIRCUS MAXIMUS

http://iesalagon.juntaextremadura.net/web/departamentos/latin/recursos/ciudad_romana/Imags_ciudad_romana/plantacirco.jpg

viernes, 2 de octubre de 2015

GIUSEPPE FIORELLI

En 1865, el arqueólogo Giuseppe Fiorelli ideó un sistema para obtener las figuras de esos últimos pompeyanos, rellenando los huecos o moldes con yeso líquido. Al enfriarse y solidificarse se retiraba la roca circundante y quedaba la ‘escultura’ humana con todo lujo de detalles. Desde el inicio de las excavaciones hasta la actualidad, los arqueólogos han hallado más de 2.000 víctimas, que murieron al instante por exposición a las altas temperaturas, de entre 300 y 600 º C.
Ahora se ha completado la restauración de 86 de estos moldes, que pueden verse en la exposición, «Pompeya y Europa. 1748-1943», que estará abierta hasta el 2 de noviembre en dos escenarios: el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles y el Anfiteatro de las excavaciones. Aquí es donde se exponen 30 figuras de cuerpos en yeso, que se presentan por primera vez al público después de ser restauradas. Una especie de homenaje póstumo a las víctimas del Vesubio, cuyo último gesto de vida sigue impresionando a los visitantes de la antigua ciudad romana.