miércoles, 2 de julio de 2014

LETRINAS EL WC DE LOS ROMANOS

l agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas, los baños… Parte del agua sobrante de estos usos prioritarios se destinaba a la red de alcantarillado: la Cloaca Máxima. Iniciada su construcción en el siglo VI a.C. por el rey Tarquinio y ampliada en varias ocasiones en siglos posteriores, recogía las aguas fecales de las casas -lógicamente, esta red no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas- y de las letrinas públicas (latrinae publicae) para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando las aguas residuales volvían a su origen… por las crecidas del Tíber. En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas (en el siglo IV había 144 con más de 4.000 plazas) para satisfacer las necesidades fisiológicas de los ciudadanos. Estas letrinas consistían en un banco de frío mármol con varios agujeros en los que sentarse a evacuar y bajo ellos la corriente de agua que arrastra la materia fecal. A modo de papel higiénico, en las letrinas públicas los romanos utilizaban un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar (spongia). Y ahora que nos hacemos uno idea del habitáculo, veremos los peligros de utilizarlas… Como no había separación entre los agujeros, tenías que compartir aquellos momentos de intimidad con desconocidos y no te digo nada si eran de los que daban conversación. En teoría, después de usarse la spongia debía enjuagarse y limpiarse para el siguiente, y cada cierto tiempo cambiarse. Sentarse a aliviarse y comprobar que la spongia se debía haber cambiado hace tiempo… Y la más peligrosa para la integridad física… Existía la graciosa costumbre de algunos gamberros de echar una pelota de lana ardiendo en las alcantarillas que si te pillaba con el culo en el agujero… Y si los romanos utilizaron su arte y su talento en la canalización, distribución y uso del agua, también lo hicieron a la hora de reciclarla. En las letrinas que la alta sociedad tenían en sus casas, se reciclaba el agua usada en los baños para los retretes, y en casas no tan pudientes pero que también disponían de letrinas, se situaban cerca de las cocinas para reciclar el agua con la que lavaban los utensilios de cocina.

LOS PRIMEROS BOMBEROS

El más famoso de los incendios que devastó Roma fue el del año 64 d.C. en tiempos de Nerón. La leyenda sitúa al emperador Nerón en su palacio en el monte Palatino (unas de las siete colinas de Roma) contemplando el incendio y tocando su lira -y digo tocando que no logrando sacar de ella algo parecido a la música-. Roma ardió durante cinco días y los cristianos fueron acusados y perseguidos como responsables. Recomiendo la película Quo Vadis (1951) y la genial interpretación de Peter Ustinov en el papel Nerón. http://www.rtve.es/alacarta/videos/para-todos-la-2/para-todos-2-neron-incendio-roma/1208079/ Los incendios eran muy frecuentes en la ciudad de Roma. Una urbe densamente poblada (unos 800.000 habitantes en el siglo I), con mucho material inflamable (paja, madera, telas, etc.), iluminación con teas y lámparas de aceite, callejuelas estrechas pobladas de tenderetes… y para hacerles frente unos cuantos esclavos situados en puntos estratégicos de la ciudad para sofocar los fuegos con cubos de agua. Las consecuencias eran terribles. Así que, tras el incendio del año 6 d.C., el emperador Augusto decidió sustituir este sistema, totalmente ineficaz, creando un cuerpo de vigiles (vigilantes) que hoy podríamos llamar el primer cuerpo de bomberos profesionales de la Historia. El cuerpo de vigiles estaba formado por los aquarii (aguadores), siffonarii (manejaban las bombas de agua llamadas sipho) y los uncinarii (con lanzas provistas de ganchos hacían los derribos controlados del inmueble quemado). Pero hubo otro cuerpo de bomberos privado y poco profesional bajo las órdenes de Marco Licinio Craso. En 60 a.C. se constituyó una alianza política en Roma, llamada Primer Triunvirato, formada por Pompeyo, Julio César y Craso. Los dos primeros aportaban su prestigio ganado en el campo de batalla y Craso aportaba… ser el hombre más rico de Roma. Entre los múltiples negocios en los que Craso se embarcó los hubo legales, ilegales y miserables, como hacer negocio con los frecuentes incendios de la urbe. Craso creó un cuerpo de bomberos privado que, lógicamente, acudían a sofocar los incendios pero, y aquí está el negocio, sólo intervenían cuando los propietarios de los inmuebles afectados aceptaban venderle su propiedad a Craso. Claro está que a un precio irrisorio. Ante la disyuntiva de quedarse sin nada o aceptar unos cuantos sestercios y poder recuperar parte de sus bienes, firmaban la venta. Los bomberos sofocaban el incendio y Craso adquiría terrenos donde construir nuevos edificios a bajo precio. Incluso se pensó que también tenía un cuerpo de pirómanos.

LEGIONARIOS ROMANOS DOCUMENTAL

http://www.rtve.es/alacarta/videos/documentales-culturales/imperio-romano-legionarios-roma/653571/

COLISEO ROMA

LOS SECRETOS DEL COLISEO

¿EL ORIGEN DE LA FORMULA 1 ?

Las carreras de cuadrigas de la antigua Roma equivaldrían a la Fórmula 1 actual. Como adelantábamos en el post anterior, en el que podéis consultar ciertos aspectos técnicos (, tenemos el relato de una de ellas extraído de VALENTIA, Las Memorias de Cayo Antonio Naso: Una sonora fanfarria al toque de trompas y pífanos anunció la llegada de las acicaladas autoridades custodiadas por un contubernio de milicianos locales y una especie de lictores que imprimían al conjunto un toque imperial con cierto sabor provinciano. Una vez acomodados los dignatarios comenzó el desfile saliendo desde la Porta Pompae los participantes de las carreras. Por los altos arcos aparecieron en primer término dos bigas ligeras en las que sendos pregoneros, pulcramente ataviados, anunciaban la inminente aparición de los héroes de la tarde y sus patrocinadores. Acto seguido irrumpieron en la arena las aclamadas cuadrigas de Lisandro, Crisus y otros dos aurigas más que completaban los cuatro colores con los que el público se identificaba hasta el disturbio y con los que los felones corredores de apuestas hacían cada día de carreras su pingüe negocio.
El bello Crisus, campeón de aquel año, con una indumentaria similar a un mirmillón pero luciendo un pequeño yelmo de estrecha e hirsuta cimera roja en vez del típico casco repujado, era el paladín del Rojo. Conducía una bella y curvilínea cuadriga, ligera pero robusta, pintada en un brillante color bermellón y rematada con guarniciones doradas que cuatro negros corceles impulsaban tan suavemente como si se deslizase por placas de hielo. Su oponente y aspirante al triunfo, el joven Lisandro, vestido con elegantes ropas griegas al puro estilo de Aquiles, ajustado bonete de cuero y fusta en mano, el defensor del Blanco, no le quedaba a la zaga. Montaba sobre una esbelta cuadriga nacarada y engalanada en sus laterales con una abundante cornucopia de plata sobre seis venablos cruzados, el símbolo de la ciudad, cuyo resplandor al quedar expuesta a los inclementes rayos del sol cegó por un instante a algunos espectadores. Cuatro blancas yeguas de lacias crines grises constituían el tiro del impresionante carro.
El resto de participantes, dos aurigas de menor repercusión en los garitos de apuestas, también lucían petos de cuero trabajado y sendas cuadrigas, que no por ser menos lujosas no parecían más simples. Y no menos lustrosos eran los caballos bayos que las arrastraban. Eran los paladines del Verde y el Azul, los colores habituales del Ejército y el Senado que, obviamente, no eran muy populares fuera de los círculos del poder de la Urbe. Los cuatro aurigas se dirigieron hacia el centro de la pista, deteniéndose a media espina, frente al palco de autoridades. Desde la privilegiada posición de Tito, la familia Antonia podía ver reflectar los bruñidos remaches de los trajes, los reflejos de los carros y el sudor de los jumentos como si al lado mismo de ellos estuviesen. Después de solicitar la venia a las autoridades, los cuatro conductores, rienda en la diestra, fusta en la opuesta y yelmo calzado, quedaron pendientes de que el duunviro soltase el paño blanco desde la balconada del pulvinar indicando con ello el inicio de las siete vueltas que los atrevidos aurigas deberían de realizar. El personal de apoyo, después de rastrillar la tierra batida de la pista a conciencia, se encontraba presto en las escalinatas de la espina, un murete de poco más de seis pies de altura que formaba el eje del hipódromo sobre el que los carros debían girar. […] Los musculosos esclavos nubios encargados de girar las Septem Ova cada vuelta completada ya estaban dispuestos, el sacerdote de Júpiter había realizado el auspicio correspondiente con resultado satisfactorio y los asistentes de los establos y de la enfermería estaban listos y en sus puestos. Había llegado tan esperado momento. Una vez más, el gran espectáculo del Ludus Máximus podía comenzar. Y la mappa cayó desde la mano del duunviro de turno mientras el pretencioso Quinto Gabinio se vanagloriaba de la gran carrera de cuadrigas con la que pretendía agasajar a su próximo electorado. Y al ver caer la vaporosa tela blanca de la mano del primer magistrado de la ciudad los aurigas restallaron sus fustas sobre el lomo de los encabritados corceles que arrancaron cuales furias entre el griterío del público y una soberbia polvareda. Podía reconocerse en las gradas a los seguidores de los diferentes colores ya que la gente solía vestirse en días así a tono con los colores de su apuesta.
Lisandro le arrebató el liderato en la primera vuelta a Crisus, el cual perdió parte del trazado corto al abrirse en exceso en la segunda curva, fallo que aprovechó sin titubear el joven aspirante. Así siguieron tres vueltas más en un ambiente cada vez más encrespado por la tensión, el calor y la intensa nube de polvo que provocaba el agudo galope de los equinos. Los aurigas fustigaban sin compasión a sus corceles alentados por los gritos de sus respectivos seguidores. Competían ausentes del resto del mundo concentrados en cada passum que recorrían a tan gran velocidad. Uno de los otros aurigas menos populares, el que ostentaba la tercera posición, chocó con las ruedas de Crisus en la curva de la Porta Triumphalis durante la cuarta vuelta. Perdió el control de su cuadriga y cayó de bruces al polvoriento suelo a tiempo justo de reptar hábilmente hasta el amparo de la espina y así salvarse de una horrible muerte segura coceado por los caballos de su inmediato perseguidor […]

EL CIRCO MÁXIMO

COLISEO RECONSTRUIDO

FORO ROMANO RECONSTRUIDO

TODOS AL CIRCO

Qué afición hay más popular y visceral que sentarse en la grada de un recinto deportivo lleno a rebosar una cálida tarde de primavera. Multitudes colmando el graderío, vestidas con los colores de sus ídolos, gente repartiendo bebidas y fruslerías entre el respetable, apuestas en dinero u orgullo sobre quien vencerá y quien no, ánimos exaltados y, allí bajo, grandes héroes admirados y deseados por todos… Obviamente, supondréis que no estoy hablando de un partido de fútbol, herencia social de otros tiempos, sino del Circo, el Ludus Maximus, la atracción de atracciones más popular del mundo romano. Como no podía ser de otro modo, el Circo es la expresión máxima del antiguo hipódromo griego, pero mucho más grande en sus dimensiones y en el negocio y afición que llegó a suscitar. Uno de los grandes tópicos erróneos sobre el Circo romano es asociarlo a la lucha de fieras y espectáculos sangrientos de gladiadores. El Circo era un recinto meramente deportivo donde se realizaban carreras de carros, inmortalizadas para la historia del cine por Charlton Heston (Ben Hur) y Stephen Boyd (Messala) en aquella evocadora escena… La planta del Circo era rectangular con los extremos anchos y redondos para favorecer la apertura en el giro de los carros. En una vista general se asemejaría a un estadio oval actual, pero mucho más alargado. La pista principal, llamada arena como en los anfiteatros, estaba partida en dos por un murete, la spina, que hacía de separador y podía ser muy simple o repleto de estatuaria, obeliscos u ornamentos en los recintos más grandes. En cada extremo de la spina se encontraba la meta, un pilar cónico. En el centro de aquel muro separador se encontraba el septem oba, el marcador manual generalmente representado con siete peces o delfines que se iban inclinando a cada vuelta que daban los corredores. El Circo era uno de los símbolos de esplendor de Roma. No todas las ciudades tuvieron uno, sólo aquellas que su ciudadanía tuvo suficiente poder económico para sufragar su construcción allá sobre el siglo I d.C. Las ruinas desnudas de algunos de ellos han llegado hasta nuestros días, como los casos de Emérita Augusta, Segobriga o Toletum, pero la mayoría de ellos se encuentran hoy bajo el entramado urbano como sucede en Saguntum, Valentia o Calagurris. Por los primeros sabemos de sus dimensiones exactas; en el caso del emeritense tenía 400m de longitud por 30m de anchura, dando cabida a cerca de 30.000 espectadores. Circos más modestos como el de Valentia tenían un aforo cercano a las 3.500 almas, aun así cifras importantes para la escasa demografía de la época. Servirá de comparación que el Circus Maximus de Roma tras la reforma de César tenía 600m de pista por 200m de ancho y podía alojar cerca de 150.000 espectadores… ¡Hasta doce cuadrigas podían correr y girar en paralelo! Como sería de fastuoso aquel recinto para que Augusto colocase un obelisco egipcio en su spina y con el desmantelamiento de sus bloques en el siglo XVI se construyese la Basílica de San Pedro… Venerables piedras que no han dejado de ver espectáculos desde que fueron cinceladas. Pero los verdaderos protagonistas de aquellos eventos no eran los duunviros que pagaban el espectáculo o los emperadores que sufragaban tan magnas obras, sino quienes se jugaban la vida subidos a los carros para deleite de plebeyos y patricios: los aurigas. Muchos de ellos eran esclavos y si su carrera culminaba jalonada de éxitos podían comprar su libertad, aunque también se sabe de libertos compitiendo en todas las arenas del Imperio. No sólo tenían fervorosos aficionados masculinos, pues muchas matronas requerían de los favores de los grandes campeones. Los deportistas de élite siempre han sido objetivo de muchas fantasías… Aquellos arriesgados aurigas que se jugaban la vida en cada carrera conducían varios tipos de carros: bigas (dos caballos), trigas (tres) o cuadrigas (cuatro), siendo estos últimos los que retenemos en nuestras retinas cuando nos imaginamos las carreras, quizá también como influencia de la mencionada Ben-Hur. Quizá el auriga más afamado en todo el Imperio fue Cayo Apuleyo Diocles, un hispano lusitano que llegó a correr durante veinticuatro años, un gran logro en profesión tan peligrosa. Participó en 4.257 carreras de las que ganó 1.462, victorias que le cosecharon la indecente cantidad de 35 millones de sestercios. Falleció como un gran potentado a los cuarenta y dos años de edad en su villa de Praeneste (Italia)… La costumbre de pagar bien a los corredores no es un invento de la Fórmula 1. Diocles fue un auténtico “Fernando Alonso” de las riendas.

martes, 1 de julio de 2014

LAS TERMAS

Hay mucho tópico en los baños públicos de la antigua Roma. Como muchos otros logros culturales, la idea no es propiamente romana, sino griega. Sí que es cierto que en la Grecia clásica no existieron termas al uso, pero sí espacios dedicados al culto del cuerpo y su correcto moldeo e higiene, como estadios, palestras para ejercicios y centros de culto asociados a las propiedades terapéuticas del agua. Los baños no toman su dimensión pública y popular hasta que una nación mucho más pragmática que los dispersos griegos asume la hegemonía en el Mare Nostrum.
Las primeras termas: Fueron mucho más austeras y sencillas que las imágenes de las grandes termas imperiales que tenemos muchos de nosotros en mente. En principio constaban de un pequeño vestíbulo donde los esclavos encargados de la recaudación y el mantenimiento atendían a los clientes. Aquel pequeño recibidor daba paso a un vestuario (Apodyterium), una salita rectangular repleta de hornacinas en sus paredes y un banco corrido bajo ellas para que los clientes se desnudasen y dejasen sus pertenencias a buen recaudo. Un baño completo en tiempos de César podía costar entre un par de ases o un sestercio (dependiendo del lugar y de las atenciones)
Del vestuario se pasaba a la sala caliente (Caldarium), donde una pequeña bañera rectangular con escalones de acceso en uno de sus lados largos servía para la primera inmersión (Labra). Cerca de dicha bañera se encontraba la pila (Patena) en la que un chorro de agua fresca servía para beber y refrescarse. El ambiente en esta sala era bastante sofocante al encontrarse cerca del horno que mantenía caliente el agua del recinto. Este tipo de termas primitivas podemos verlas aún en Pompeya y Valentia. Las primeras termas de la colonia del Turius son de época fundacional (siglo II a.C.) y unas de las más antiguas de toda Hispania. En la foto adjunta puede verse la escalinata de acceso a la bañera (Labra) y la sala de baño templado para aplicar masajes (Tepidarium y Unctarium) contigua a la sala principal (Caldarium) Hipocausto de las termas de la muralla de Lucentum (Alicante) Las termas clásicas republicanas y alto-imperiales: Aportan un cambio sustancial al recinto anterior. El suelo no es de mosaico en escama como en las de Valentia, sino que es de barro cocido y se sustenta sobre pilares de ladrillo entre los cuales circula aire caliente procedente del cuartito del horno (praefurnium) Este sistema de distribución de aire caliente entre las paredes y suelos de las termas a través de tuberías diseñado por el brillante ingeniero Cayo Sergio Orata se hizo muy popular entre los arquitectos romanos y se conoce como hipocausto. El horno calienta por igual el agua de la bañera del Caldarium, la “sauna” llamada entonces Laconicum y actúa como calefacción central en todo el edificio. Funcionaba realmente bien, calentando tanto el suelo que se alquilaban sandalias de madera para evitar pisar descalzo y quemarse. En las grandes ciudades se incluía una gran bañera (Natatio) en la sala fría (Frigidarium), el equivalente nuestras piscinas exteriores, donde se realizaba el último baño frío reconstituyente después de sudar, exfoliar la piel con un instrumento afilado en forma de hoz (raedora) y masajearla con aceites aromáticos.
Como no, ya en tiempos del Imperio, el grado de atención popular a estos recintos se multiplicó y los arquitectos y diseñadores de estos espacios públicos tan demandados comenzaron a explotar los recursos termales de la madre naturaleza y vestirlos de mármol y pórfido. Es el caso de las termas de Bath, donde el manantial termal es utilizado para suministrar agua caliente y medicinal a la natatio. La gran crisis del mundo clásico también afectó a las termas. Cuando el erario imperial de provincias se vació a causa de los graves problemas económicos que sacudieron el Imperio a partir de la segunda mitad del siglo III d.C., muchos edificios públicos fueron abandonados. Es el caso de las termas de Caesaraugusta (Zaragoza), otras fueron arrasadas durante las invasiones germánicas y no reconstruidas (Valentia) o sencillamente se consumieron tras el abandono total de la ciudad (Lucentum)
Con los grandes megalómanos llegaron los grandes recintos. Trajano, Caracalla o Diocleciano levantaron verdaderos monumentos. Las termas pasaron de ser un pequeño baño de barrio para lavarse y conversar plácidamente entre conciudadanos a palacios fastuosos de piedras nobles, repletos de lujos, estatuaria, pasillos, cientos de esclavos, diferentes salas con todo tipo de baños, además de negocios anexos y complementarios para satisfacer todos los apetitos de los clientes; bibliotecas, tabernas y lupanares confluían en armonía en estos “spas” de la antigua Roma. Conclusión: Las termas recogen el sabor del mundo antiguo. Abiertas desde mediodía hasta el anochecer, establecían turnos femeninos y masculinos (sólo se conocen algunas termas mixtas en la propia Roma) Se hacía más política en la quietud de aquellas bañeras que en las sillas de la Curia, y las damas se enteraban de todo que ocurría en su ciudad sólo asistiendo frecuentemente a los baños. A la salida de las termas siempre había algún establecimiento de comidas rápidas con el que aplacar el apetito

RECONSTRUCCIONES VIRTUALES DE CIUDADES ROMANAS

Reconstrucciones virtuales de la ciudades romanas de Bílbilis (Calatayud, Zaragoza) y de Labitolosa (La Puebla de Castro, Huesca). Realizada por el grupo de investigación URBS y el GIGA (Grupo de Ingeniería Gráfica Avanzada) de la Universidad de Zaragoza. · FORO de Bilbilis ·TERMAS de Bilbilis ·TEATRO de Bilbilis ·INSULA de Bilbilis